22 Sep Noticia del Mes: El Glaciar del Aneto, en Peligro
«Desde 1988, no he visto una erosión del glaciar del Aneto como este año», nos dice Antonio Lafón, responsable del refugio de La Renclusa (al pie del Aneto y el Maladeta, a 2.140 m. de altura), un testigo que lleva 40 años constatando los efectos del calentamiento sobre este macizo. El declive del Aneto, el más extenso de los nueve glaciares que aún siguen activos en el Pirineo español, es evidente. El balance entre la nieve que cae cada año y el hielo acumulado que permanece tras la fusión del verano y otoño arroja un saldo muy negativo.
Su regresión se añade a las pérdidas de años anteriores. El Aneto redujo su superficie un 35% en 25 años, entre 1981 y 2006, año en que hizo la última evaluación global detallada. El glaciar del Aneto ocupaba unas 247 hectáreas a mediados del siglo XIX, cuando concluyó la Pequeña Edad del Hielo; pero al comienzo de la década de 1990 se había perdido el 60% de la superficie y actualmente esa merma alcanza el 70%. Antonio Lafón explica que llegó al refugio con 15 años de la mano de su tío, corrobora la apreciación de los expertos. «Vamos hacia un deterioro claro del glaciar. Lo que pasa es que un año retrocede más y otros menos. En 40 años, el espesor del glaciar se ha reducido unos 30 metros, como mínimo», agrega.
Por ello, la subida al Aneto está repleta de peligros nuevos, aunque se ve compensada con agradables sorpresas, como la irrupción de las marmota desde sus madrigueras, el desfile de rebecos o las tímidas perdices nivales. «Zonas de piedras de granito, en donde hace 10 o 12 años aún había glaciar, se muestran inestables, y cuando pisas una piedra, se mueven todas las que la apoyan», dice Carrera. Es como andar sobre terreno flotante. El precario equilibrio de las piedras, a merced del viento o la erosión, sobre todo en la cabecera del glaciar o en el collado de Coronas, es terreno abonado para los desprendimientos. «Hace tres semanas, me pasó a unos 50 metros una piedra tan grande como un camión», dice Chemary Carrera, mientras se zampa un reconfortante potaje de fideos y verduras en el refugio de La Renclusa. Hay tramos que hay que pasar sin parar, lo que no siempre es fácil cuando no estás acostumbrado a caminar sobre crampones para sujetarse a la nieve.El Aneto también parece haber mudado su piel. El hielo desprendido de sus crestas deja al aire una roca blanca y clara, recién lavada, mientras en la parte superior tiene un color oscuro, que marcan las zonas que estaban sepultadas hace siglos y llevan tiempo descubiertas. Quienes se acerquen aquí dentro de 100 años tal vez vean estas crestas ya totalmente ennegrecidas (por la intemperie). Ahora, a medida que el glaciar se adelgaza, va descubriendo capas de hielo sucio, grisáceo, pues surgen restos de piedras y tierra, o el polvo que arrastraron las nevadas que trajeron arena del Sáhara hace decenios o centenares de años. Al irse el hielo, aparece su sustrato más negro. Es la imagen futura de este glaciar. De vez en cuando, aparece también una lata herrumbrosa. Pero ningún cadáver. El último que debía devolver la montaña, el del experimentado alpinista Joaquín López Valls, reapareció en el glaciar de Tempestades en septiembre del 2010, 45 años después de haberse despeñado.El glaciar del Aneto será, sin embargo, pronto otra tumba